La verdadera riqueza no es el dinero, sino el trabajo.

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>>>>> EL TRONO DEL ORO EMPUJA A OCCIDENTE

Había otro factor también interesado en que «el mundo entero» se alineara en contra de Alemania. Ese factor era el Trono del Oro. Ahí el judaísmo se movía con ancestral destreza y mediante abstrusas teorías seudocientíficas disfrazaba su dominio sobre las fuentes económicas.

La influencia de ese trono acababa de ser proscrita en Berlín. Hitler había proclamado que la riqueza no es el oro, sino el trabajo, y con la realidad palpable de los hechos estaba demostrándolo así.

Lentamente iba quedando al descubierto la ruin falacia de que el dinero debe privar sobre las fuerzas del espíritu. El hecho de que así ocurriera no era prueba concluyente de que así debería seguir ocurriendo. La economía nacionalsocialista de Hitler se aventuró resueltamente por un nuevo camino ante los ojos incrédulos del mundo. Había recibido una Alemania exhausta por la última guerra, y de la miseria resurgía como una potencia internacional.

Con un territorio 19 veces mayor que Alemania y con recursos naturales y económicos infinitamente más grandes, Roosevelt no había dado empleo a sus once millones de cesantes. Pese a sus vastos recursos coloniales, los imperios británico y francés tampoco se libraban de ese crimen del trono del oro. En cambio, en la minúscula Alemania, no obstante la carencia de vastos campos agrícolas, de petróleo, de oro y de plata, la economía «nancy» había dado trabajo y pan a los 6.139,000 desocupados que le heredó el antiguo régimen.

Si los sabihondos de la «ciencia económica» erigida en «tabú» alegaban que cierto terreno no podía abrirse al cultivo ni acomodarse ahí determinado número de parados, debido a que no había dinero, esto parecía ser una razón suficiente. La economía nancy, en cambio, se desentendía de que en el banco hubiera o no divisas o reservas de oro; emitía dinero papel, creaba una nueva fuente de trabajo, daba acomodo a los parados, aumentaba la producción y ese mismo aumento era la garantía del dinero emitido. En vez de que el oro apuntalara al billete de banco, era el trabajo el que lo sostenía. En otras palabras, la riqueza no era el dinero, sino el trabajo mismo, según la fórmula adoptada por Hitler.

Si en un sitio había hombres aptos para trabajar y obras que realizar, la economía judaica se preguntaba si además existía dinero, y sin este tercer requisito la obra no se iniciaba y los cesantes permanecían como tales. La economía nancy, en cambio, no preguntaba por el dinero; el trabajo de los hombres y la producción de su obra realizada eran un valor en sí mismos. El dinero vendría luego sólo como símbolo de ese valor intrínseco y verdadero.

Por eso Hitler proclamó: «No tenemos oro, pero el oro de Alemania es la capacidad de trabajo del pueblo alemán... La riqueza no es el dinero, sino el trabajo». Los embaucadores del trono del oro gritaban que ésta era una herejía contra la «ciencia económica», más Hitler refutaba que el crimen era tener cesantes a millones de hombres sanos y fuertes y no el violar ciertos principios de la pseudo-ciencia económica disfrazada con relumbrantes ropajes de disquisiciones abstrusas.

«La inflación —dijo Hitler— no la provoca el aumento de la circulación monetaria. Nace el día en que se exige al comprador, por el mismo suministro, una suma superior que la exigida la víspera. Allí es donde hay que intervenir. Incluso a Schacht tuve que empezar a explicarle esta verdad elemental: que la causa esencial de la estabilidad de nuestra moneda había que buscarla en los campos de concentración. La moneda permanece estable en cuanto los especuladores van a un campo de trabajo. Tuve igualmente que hacerle comprender a Schacht que los beneficios excesivos deben retirarse del ciclo
económico.

»Todas estas cosas son simples y naturales. Lo fundamental es no permitir que los judíos metan en ellas su nariz. La base de la política comercial judía reside en hacer que los negocios lleguen a ser incomprensibles para un cerebro normal. Se extasía uno ante la ciencia de los grandes economistas. Al que no comprende nada se le califica de ignorante! En el fondo, la única razón de la existencia de tales argucias es que lo enredan todo... Sólo los profesores no han comprendido que el valor del dinero depende de las mercancías que el dinero tiene detrás.

»Dar dinero es únicamente un problema de fabricación de papel. Toda la cuestión es saber si los trabajadores producen en la medida de la fabricación del papel. Si el trabajo no aumenta y por lo tanto la producción queda al mismo nivel, el aumento de dinero no les permitirá comprar más cosas que las que compraban antes con menos dinero. Evidentemente esta teoría no hubiera podido suministrar la materia de una disertación científica. Al economista distinguido le importa sobre todo exponer ideas envueltas en frases sibilinas...»

Demostré a Zwiedineck que el patrón oro, la cobertura de la moneda, eran puras ficciones, y que me negaba en el futuro a considerarlas como venerables e intangibles; que a mis ojos el dinero no representaba nada más que la contrapartida de un trabajo y que no tenía por lo tanto valor más que en la medida que representase trabajo realmente efectuado. Precisé que allí donde el dinero no representaba trabajo, para mí carecía de valor.

»Zwiedineck se quedó horrorizado al oírme. Me explicó que mis ideas conmovían las nociones más sólidamente establecidas de la ciencia conómica y que su aplicación llevaría inevitablemente, al desastre. » Cuando, después de la toma del poder, tuve ocasión de traducir en hechos mis ideas, os economistas no sintieron el menor empacho, después de haber dado una uelta completa, en explicar científicamente el valor de mi sistema».

«Toda vida económica es la expresión de una vida psíquica», escribió Oswaldo Spengler en «Decadencia de Occidente». Y en efecto, el nacionalsocialismo modificó la economía de la nación en cuanto logró orientar hacia metas ideales la actitud psíquica del pueblo. La falsificación judía de la Economía Política, según la cual el trabajo es sólo una mercancía y el oro la base única de la moneda sana, quedó evidentemente al descubierto.

Muchos incrédulos investigadores fueron a cerciorarse con sus propios ojos de
lo que estaba ocurriendo en Alemania. «Radcliffe Collage» de Estados Unidos, envió a Berlín al economista antinazi Máxime Y. Sweezy. Entre sus conclusiones publicadas en el libro «La Economía Nacionalsocialista», figuran las siguientes:

«El pensamiento occidental, cegado por los conceptos de una economía arcaica, creyó que la inflación, la falta de recursos, o una revolución, condenaban a Hitler al fracaso... Mediante obras públicas y subsidios para trabajos de construcción privada se logró la absorción de los cesantes. Se cuidó de que los trabajadores de determinada edad, especialmente aquellos que sostenían familias numerosas, tuvieran preferencia sobre los de menor edad y menores obligaciones... Se desplazó a los jóvenes desocupados hacia esferas de actividad de carácter más social que comercial, como los cuerpos de Servicio de Trabajo, de Auxilios Agrícolas y de Trabajo Agrícola anual.

»En Fallersleben se inició la construcción de no sólo la fábrica de automóviles más grande del mundo sino de la fábrica más grande del mundo de cualquier clase. El Volksauto (auto del pueblo) costaría mil ciento noventa
marcos (más de dos mil pesos) en abonos de cinco semanarios.»
En seis años los nazis terminaron 3,065 kilómetros de carreteras, parcialmente, 1,387 kilómetros más, e iniciaron la construcción de otros 2,499
kilómetros. »La estabilización de precios que resultó de la intervención oficial nancy debe conceptuarse como un éxito notable, único en la historia económica desde la revolución industrial... Esta experiencia permitió que prosiguiera la guerra sin que el problema de los precios preocupara a Alemania».

¿Cómo había sido lograda esa milagrosa transformación si Alemania carecía de
oro en sus bancos, si carecía de oro en sus minas y de divisas extranjeras en sus reservas? ¿De qué misteriosas arcas había salido el dinero para emprender obras gigantescas que dieron trabajo a 6.136,000 cesantes existentes en enero de 1933? ¿Había logrado, acaso, la piedra filosofal buscada por los antiguos alquimistas para transformar el plomo en oro?

La fórmula no era un secreto, pero sonaba inverosímilmente sencilla entre tanta falacia que la seudociencia económica judía había hecho circular por el mundo. Consistía, básicamente, en el principio de que «la riqueza no es el dinero, sino el trabajo». En consecuencia, si faltaba dinero, se hacía, y si los profetas del reino del oro gritaban que esto era una herejía, bastaba con aumentar la producción y con regular los salarios y los capitales para que no ocurriera ningún cataclismo económico.

El investigador norteamericano Sweezy pudo ver cómo se daba ese paso audaz y escribió: «Los dividendos mayores del 6% debían ser invertidos en empréstitos públicos. Se considera que el aumento de billetes es malo, pero esto no tiene gran importancia cuando se regulan los salarios y los precios, cuando el gobierno monopoliza el mercado de capitales y cuando la propaganda oficial entusiasma al pueblo».

Sweezy relata también que la economía nancy ayudó a los hombres de negocios a eliminar a los logreros de la industria; se ampliaron las subvenciones para las empresas productoras de bienes esenciales; se implantó un espartano racionamiento y el comercio internacional se rigió a base de trueque. Mediante el Frente Alemán del Trabajo «la ilusión de las masas se desvió de los valores materiales a los valores espirituales de la nación»; se aseguró la cooperación entre el capital y el trabajo; se
creó un departamento de «Fuerza por la Alegría»; se agregó otro de «Belleza y Trabajo»; se implantó el mejoramiento eugenéfico y estético de los centros de trabajo. Para reducir las diferencias de clase, cada joven alemán laboraba un año en el «Servicio de Trabajo» antes de entrar en el ejército; se trasladaron jóvenes de las ciudades a incrementar las labores agrícolas; se movilizó a los ancianos a talleres especiales; a los procesados se les hizo desempeñar trabajos duros; a los judíos se les aisló del resto de los trabajadores, «con objeto de que el contagio fuera mínimo»; y las ganancias de los negociantes se redujeron a límites razonables. El ex Primer Ministro francés Paul Reynaud dice en sus «Revelaciones» que «en 1923 se trabajaban en Alemania 8,999 millones de horas y en Francia 8,184 millones.

En 1937 (bajo el sistema nancy que absorbió a todos los cesantes) se trabajaban en Alemania 16,201 millones de horas, y 6,179 millones en Francia». Como resultado la producción industrial y agrícola de Alemania llegó a sextuplicarse en algunos ramos y así la realidad trabajo fue imponiéndose a la ficción oro. Un viejo anhelo de la filosofía idealista alemana iba triunfando aun en el duro terreno de la economía. En sus «Discursos a la Nación Alemana» Juan G. Fichte había dicho en 1809 que «al alumno debe persuadírsele de que es vergonzoso sacar los medios para su existencia de otra fuente que no sea su propio trabajo».

Naturalmente que esto entraba en pugna con los intereses de una de las ramas judías que halla más cómodo amasar fortunas en hábiles especulaciones, monopolios o transacciones de Bolsa que forjar patrimonios mediante el trabajo constructivo.

Esta implacable ambición que no se detiene ante nada ya había sido percibida años antes por el filósofo francés Gustavo Le Bon, quien escribió en «La Civilización de los Árabes»: «Los reyes del siglo en que luego entraremos, serán aquellos que mejor sepan apoderarse de las riquezas. Los judíos poseen esta aptitud hasta un extremo que nadie ha igualado todavía».

Ciertamente Hitler repudiaba a esos reyes del oro y desde 1923 había escrito que el capital debe hallarse sometido a la soberanía de la nación, en vez de ser una potencia internacional independiente. Es más, el capital debe actuar —decía— en favor de la soberanía de la nación, en lugar de convertirse en amo de ésta. Es intolerable que el capital pretenda regirse por leyes internacionales atendiendo únicamente a lograr su propio crecimiento. En la democracia la economía ha logrado imponerse al interés de la colectividad, y si para sus conveniencias utilitarias es más atractivo financiar a los especuladores que a los productores de víveres, puede hacerlo libremente. De igual manera puede ayudar más a los capitales extranjeros que a los propios, si en esa forma obtiene dividendos mayores. El bien de la patria y de la nacionalidad no cuentan para nada en la «ciencia económica» del Reino del Oro.

Naturalmente, ese egoísmo practicado y propiciado por el judío fue barrido implacablemente en Alemania. Y una vez afianzada la economía nacionalsocialista, Hitler pudo anunciar el 10 de diciembre de 1940: «Estoy convencido de que el oro se ha vuelto un medio de opresión sobre los pueblos. No nos importa carecer de él. El oro no se come. Tenemos en cambio la fuerza productora del pueblo alemán... En los países capitalistas el ueblo existe para la economía y la economía para el capital. Entre nosotros curre al revés: el capital existe para la economía y la economía para el pueblo. Lo primero es el pueblo y todo lo demás son solamente medios para obtener el bien del pueblo. Nuestra industria de armamentos podría repartir dividendos del 75, 140 y 160 por ciento, pero no hemos de consentirlo. Creo que es suficiente un seis por ciento... Cada consejero —en los países capitalistas— asiste una vez al año a una junta; oye un informe, que a veces suscita discusiones. Y por ese trabajo recibe anualmente 60,000, 80,000 ó 100,000 marcos. Esas prácticas inicuas las hemos borrado entre nosotros. A quienes en su genio y laboriosidad han hecho o descubierto algo que sirve grandemente a nuestro pueblo, les otorgamos —y lo merecen— la recompensa apropiada. ¡Pero no queremos zánganos!»

Muchos zánganos de dentro y de fuera de Alemania se estremecieron de repruebo y de temor. Así se explica por qué el 7 de agosto de 1933 —seis años antes de que se iniciara la guerra— Samuel Untermeyer, presidente de la Federación Mundial Económica Judía, había dicho en Nueva York durante un discurso: «Agradezco su entusiasta recepción, aunque entiendo que no me corresponde a mí personalmente sino a la "Guerra santa" por la humanidad, que estamos llevando a cabo. Se trata de una guerra que debe pelearse sin descanso ni cuartel, hasta que se dispersen las nubes de intolerancia, repruebo racial y fanatismo que cubren lo que fuera Alemania y ahora es hitlerlandia. Nuestra campaña consiste, en uno de sus aspectos, en el boicot contra todas sus mercancías, buques y demás servicios alemanes... El primer residente Roosevelt, cuya visión y dotes de gobierno constituyen la maravilla del mundo civilizado, lo está invocando para la realización de su noble concepto sobre el reajuste entre el capital y el trabajo»

Es importante observar cómo seis años antes de que se encontrara el falso
pretexto de Polonia para lanzar al Occidente contra Alemania, ya la Federación Mundial Económica Judía le había declarado la guerra de boicot. La lucha armada fue posteriormente una ampliación de la guerra económica.

Carlos Roel añade en su obra citada: «La judería se alarmó, pues siendo el acaparamiento del oro y el dominio de la banca sus medios de dominación mundial, significaba un grave peligro para ello, el triunfo de un Estado que podía pasarse sin oro, y además, desvincular sus instituciones de crédito de la red internacional israelita, ya que muchos otros se apresurarían a imitarlo. ¿Cómo evitar ese peligro? No habría sino una forma: aniquilar a Alemania».

Agrega que esos amos del crédito realizan fabulosas especulaciones a costa del pueblo; fundan monopolios y provocan crisis y carestías. Y como están en posibilidad de elevar o abaratar los valores de Bolsa a su arbitrio, sus perspectivas de lucro se vuelven prácticamente infinitas. También Henry Ford habla de esto y refiere cómo los americanos fueron testigos durante 15 meses de una de esas típicas maniobras: «El dinero —dice— se sustrajo a su objetivo legal y fue prestado a los especuladores al seis por ciento, quienes a su vez volvieron a prestarlo al 30%».

Era, pues, tan bonancible la situación de los reyes del oro, que naturalmente se aprestaron con repruebo incontenible a combatir al régimen nancy. El ejemplo de éste desacreditaba la sutil telaraña de seudociencia económica tras la cual se hallaban apostados los magnates judíos al acecho de sus víctimas. El sistema alemán de comerciar internacionalmente a base de trueque y no de divisas era también alarmante para esos profesionales especuladores.

En respuesta a las críticas contra el trueque, Hitler dijo el 30 de enero de 1939: «El sistema alemán de dar por un trabajo realizado noblemente un contrarrendimiento también noblemente realizado, constituye una práctica más decente que el pago por divisas que un año más tarde han sido desvalorizadas en un tanto por ciento cualquiera.

»Hoy nos reímos de esa época en que nuestros economistas pensaban con toda seriedad que el valor de una moneda se encuentra determinado por las existencias en oro y divisas depositadas en las cajas de los bancos del estado y, sobre todo, que el valor se encontraba garantizado por éstas. En lugar de ello hemos aprendido a conocer que el valor de una moneda reside en la energía de producción de un pueblo».

La demostración de ese principio ponía automáticamente en evidencia el engaño que padecían otros pueblos. El judaísmo se sintió así herido en dos de sus más brillantes creaciones: en el Oriente, su Imperio marxista se hallaba en capilla; en el Occidente, su sistema económico supercapitalista de especulaciones gigantescas estaba siendo desacreditado ante los ojos de los pueblos occidentales que eran sus víctimas.

Y de ahí nació la entonces tácita alianza entre el Oriente y el Occidente para aniquilar a la Alemania nancy. Ni los yugoeslavos, ni los belgas, ni los franceses, ni los ingleses, ni los americanos, tenían por qué lanzarse a esa lucha, mas para los intereses israelitas era indispensable empujarlos. ¡Con los mismos pueblos que en cierto modo eran sus víctimas, el judaísmo político iba a afianzar su hegemonía mundial!

Henry Ford escribió en 1920 que «existe un supercapitalismo que se apoya exclusivamente en la ilusión de que el oro es la máxima felicidad. Y existe también un supergobierno internacional cuyo poderío es mayor que el que tuvo el Imperio Romano». Pues bien, ese supergobierno iba a realizar la fabulosa tarea de lanzar a los pueblos occidentales a una guerra que era ajena a los intereses de esos pueblos e incluso perjudicial para ellos.
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arcturus

Madmaxista
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5 May 2012
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Los comunistas también pensaban algo parecido. Ambos están equivocados.

En realidad, la civilización humana está cimentada en energía. Basar una economía en dinero fiduciario como proponen monetaristas y keynesianos, o en el trabajo como lo proponen marxistas y NS, constituyen un error. Lo que jamás se ha hecho es basar la economía en el gasto energético que se necesita para ofrecer un bien o un servicio, y de hacerlo estaríamos mejor informados; pero aún así debemos tomar en cuenta la subjetividad del valor.
 

Zparo reincidente

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artículo de primer nivel,patrón producción alemán nacionalsocialista,eso es echar lejia en la cara a los mbas y powerpointistas,pasarían a cobrar0.


Tienen tan comido el tarro a la gente que todos los obreros dirán que el patrón producción es muymaloy el deuda-dinero muy gueno
 

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problanco,abrete un hilo en papelera o baja calidad,que es donde nos dejarán hablar ,
 

Al Lopez

Madmaxista
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Los comunistas también pensaban algo parecido. Ambos están equivocados.

En realidad, la civilización humana está cimentada en energía. Basar una economía en dinero fiduciario como proponen monetaristas y keynesianos, o en el trabajo como lo proponen marxistas y NS, constituyen un error. Lo que jamás se ha hecho es basar la economía en el gasto energético que se necesita para ofrecer un bien o un servicio, y de hacerlo estaríamos mejor informados; pero aún así debemos tomar en cuenta la subjetividad del valor.
Que crees que es el trabajo sino la aplicación de energia?:roto2::roto2:
 

Zparo reincidente

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en este foro he sacado este tema 5o6 veces y he acabado baneado,todo el mundo tiene la imagen del campo de concentración(aquello fue lamentable),pero hay que abrir la mente,un nacionalsocialismo actual no tiene que implicar repruebo racial
 

PROBLANCO

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ehh amigo no vaya tan deprisa,yo no quiero ver ni un campo de concentración,no dispare tan rápido sin saber lo que pienso
No te justifiques, el señorito canis es un marxista radical y como tal todo lo que huela a nacionalsocialismo le crea alergia.
 

Zparo reincidente

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si la gente supiera que todas las guerras vienen por eso,y que el sistema deuda-dinero ha colapsado varios imperios y viene de lejos,mucho antes que jesucristo.

THULE
 

Zparo reincidente

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no hay inflación porque una vez emitido x dinero,se transfiere en todo momento,está en movimiento,al no haber acaparación ni usura,segun trabajas recibes dinero que gastas y pones en el sistema,sin embargo actualmente,todo el dinero que se crea acaba en manos de 4,que con sus inversiones usureras nos joroban al resto
 
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