Cuando juega Vini, estoy tranquilo. Podría estarlo porque regatea bien o porque cada vez muestra mayor acierto cara al gol pero no, no me siento tranquilo solo por eso.
Lo que realmente me tranquiliza es que siempre lo intenta, que nunca se rinde. Va una y otra y otra y otra vez, las veces que hagan falta. Aunque no lo logre, sabes que no va a parar, que lo volverá a intentar a la siguiente ocasión hasta que lo consiga.
No lo tuvo nada fácil. Nadie la ha regalado nada, más bien al contrario. No llegó al Madrid como otras estrellas por la puerta grande, sino por la de detrás, por el Castilla y sin hacer ruido. A partir de ahí fue el centro de las risas , de las bromas y de todo tipo de desprecios , faltas de respeto e insultos por cuestiones como su supuesta incapacidad para finalizar y materializar las ocasiones en goles.
Pero Vini no se rindió nunca. Y siguió intentándolo , una y otra vez, sin importarle las bromas y las críticas. Encaraba una y otra vez, siempre con la portería entre ceja y ceja para hacer una jugada, dar una asistencia o marcar. Ahora ya no se ríen de él, ahora le temen.
Nunca se rinde, siempre saca una sonrisa y sigue. Le vi llorar una vez, en rueda de prensa, cuando sacó toda su rabia contenida pero, al instante, mostró de nuevo su amplia sonrisa y continuo contestando preguntas como si fuese una jugada tras otra, levantándose y mirando al frente.
Nunca se esconde. Es un rebelde con causa. Le da igual si le dan palos, si le provocan o si vienen Haaland, Mbappé o el Papa de Roma porque lo volverá a intentar, sacará su espíritu indomable y avanzará hacia la gloria, hacia esa gloria que hace que me sienta tranquilo cuando Vini juega.