Tengo "otra" teoría que creo va a la raíz del problema, pero como en casi todo intento de llegar al origen de las cosas, es necesario trascender el racionalismo sin dejarlo apartado, salvo en un primer momento, de resto del relato.
Entiendo las cosas como un continuo que va desde Dios a la animalidad del hombre, pasando por la búsqueda de la perfección o del agrado a Dios, la lucha interna entre lo divino y humano, los principios de acomodo a la realidad y el hedonismo más desparramado.
Esta visión "judeo-cristiana" no sería incompatible, en sus efectos finales, con otras formas de trascendencia que buscan la perfección, la cual pasa "ineludiblemente" por el control de los instintos.
Sea por causa de buscar en la humildad ante Dios, un modo de sujetar nuestras fuerzas animales, o sea porque empíricamente, sujetarlas permite al hombre ir un poco más lejos de su realidad animal, parece claro que sin la necesaria voluntad de sujetar las "fuerzas" biológicas, la percepción de no haber desarrollado todo el potencial innato, a muchos nos parece evidente.
¿Qué dicen los nuevos "antisistema" al respecto?. Que son tonterías, que por encima de todo está la "libertad" y ello implica el libre desarrollo de nuestra condición humana sin que ninguna jovenlandesal alienante la cuestione ni la limite.
Pero ocurre que siendo el sesso una de las fuerzas más poderosas de la experiencia, acaba ocupando un protagonismo formidable por dos razones:
-La convicción de que la "libertad" no puede ser completa sin la "libertad sensual", entendida como sesso sin límites, sin barreras jovenlandesales asumidas ni por el individuo ni por la sociedad.
-El exceso de energía no consumido en grandes esfuerzos físicos en una sociedad tecnificada y con tiempos de ocio cada vez mayores, y a la vez, el exceso de "tensión" y miedo por quedar, de alguna manera, excluidos de la dinámica social general.
Con todo, tenemos el siguiente panorama: una sociedad rendida a los placeres que simplemente ha cambiado el signo de su tabúes: del tabú acerca de la liberación de los instintos al tabú acerca de su control. Como si no fuera posible un estado intermedio, hemos pasado de reprochar las pulsiones instintivas a rechazar todo intento de control por parte de "una jovenlandesal común o social" ampliamente aceptada. Al modo en que pretende aislarse la experiencia religiosa en lo más íntimo del individuo, se pretende igualmente, aislar en lo más intimo las convicciones jovenlandesales. Así como cada uno tiene "su propio dios", cada uno tiene "su propia jovenlandesal".
Desde el año 68 del siglo pasado al año actual, han trancurrido 49 años. En medio siglo, hemos pasado de una sociedad ordenada según los principios jovenlandesales juedeo-cristianos, a otra cuya definición conceptual se hace cada día más imposible por el batiburrillo de "pensamientos creativos" de diverso origen, que se ha ido incorporando al fuero interno de la sociedad y los individuos, dándose la paradoja de que el complejo y creciente entramado social ha sido desposeido progresivamente, del cuerpo doctrinal que siempre tuvieron las sociedades complejas y civilizadas, para enterrarlo en lo más intimo de cada individuo, al punto de que hoy cualquier comentario, reflexión o conclusión que trate de describir "el momento" en que vivimos, se entiende de manera automática como un intromisión intolerable en los espacios de libertad "privada", que tan solo consiste en la libertad de negarse a aceptar cualquier tipo de ingerencia sanadora, pero totalmente expuesta y no avisada, del permanente machaque contra la "voluntad" de oposición y combate contra el entorno disolvente y corrosivo y de todo intento por parte de individuos y de grupos, en lograr permanecer unidos entorno a unos determinados valores, que como valores, implican un cierto grado de sacrificio por una causa superior al propio individuo.
Lo que se obtiene sin ningún esfuerzo, carece de valor. De nuevo, la neolengua haciendo perfectamente su trabajo, llamando "valores", como contraposición a los que son verdaderos, a todo lo que implique su negación, como si crear y destruir fueran dos caras de la misma moneda, cuando en realidad la una es la negación de la otra.
Las tradiciones tenía razón, como no podía ser de otra manera, si se las entiende como un proceso constante de mejora de la visión que las sociedades han tenido de sí mismas y del individuo. Y este proceso trabajado a lo largo de siglos sin solución de continuidad, sufre un golpe letal con los diferentes procesos revolucionarios que con la excusa de acabar con las injusticias anteriores, acabó rompiendo con todas las viejas estructuras, justas e injustas, en un intento perverso de crear "algo nuevo", algo netamente humano; sin supersticiones y a la luz de la sola razón...
Los efectos están ante nuestros ojos. Una sociedad que ni tiene voluntad ni usa la razón si ello supone la creación de "muros" que coarten nuestra libertad de individuos aislados que viven en la ilusión de pertenecer a algo superior, pero en la paradoja de que no hay nada que a cada uno de nosotros nos supere: creemos vivir en una sociedad que tiende a la igualdad partiendo del egoísmo más extremo y absurdo, tanto, que ya somos tan libres como el naufrago en su pequeña isla...
Nuestra libertad consiste en seguir acudiendo "libremente" al camello que nos proporcione fugazmente un sentimiento de mayor libertad.
Somos libres de toda atadura jovenlandesal al precio de acudir al dispensario de químicos que impidan la expresión natural de nuestros actos.
Transladen esa "base fundamental" de nuestro mundo moderno a otras culturas "diferentes" en sus cuerpos doctrinales y tendremos:
-Proletarización entorno a las "factorías coloniales", llamadas ciudades o "polis" exhibiendo un alto grado de cinismo.
-Estrés cultural que encuentra su válvula de escape en la ruptura de todo condicionamiento jovenlandesal preexistente.
-"Animalización" de los comportamientos en sociedades completamente desestructuradas y que viven a medio paso de la edad de piedra y del teléfono inteligente, donde el materialismo más atroz y la descreencia en "los mundos mágicos", confinan toda idea de vida en un materialismo intranscendente y voraz de las plenas satisfacciones.
Pero la vida que se abre paso ahí donde puede, acaba teniendo la culpa. La culpa de la vida es de la propia vida que se empeña en vivir, como una fuerza inexpugnable... Si hay mejor nutrición y mejores medicinas, la culpa de vivir es de la nutrición y de las medicinas y... de quienes se las proporcionan, como si fuerzan ganaderos que intervinieran en el proceso vital desde el principio, juntando a los buenos sementales con las hembras más fértiles y proporcionando los medios y las atenciones para cerrar "óptimamente" el ciclo comercial.
No, Ayrandiano, la culpa de la explosión demográfica en África no la tienen quienes protegen la vida sino quienes la desprecian, a la vida y al ser humano, privándole de sus propios recursos jovenlandesales representados en cada una de las tradiciones a las que con tanto ímpetu ha combatido.
Me sorprende enormemente este hilo. Usted es racional y como tal, debería haber llegado más lejos en la percepción del problema... Pero no, se ha quedado en el siglo XIX, como pensando que el veneno pueda seguir siendo una medicina sin advertir que la progresiva ausencia de control sobre sus dosis, acaba matando.