En una poco característica afirmación, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, ha afirmado recientemente que, tras la reunión que Ucrania y sus socios preparan para junio en Su…
slavyangrad.es
El precedente de la diplomacia
06/05/2024
En una poco característica afirmación, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, ha afirmado recientemente que, tras la reunión que Ucrania y sus socios preparan para junio en Suiza para promover el
plan de paz de Zelensky, Rusia sería invitada a la negociación. El razonamiento es que acabar una guerra requiere de un tratado, una conclusión lógica que ha sido ignorada durante casi dos años. En la misma línea se ha manifestado en una entrevista concedida a
The Economist el general Skibitsky, director adjunto de la inteligencia militar ucraniana, que según Oliver Carroll “dice que no ve la forma de que Ucrania gane la guerra sólo en el campo de batalla. Incluso si consiguiera hacer retroceder a las fuerzas rusas hasta las fronteras -una posibilidad cada vez más lejana-, la guerra no terminaría. Estas guerras sólo pueden terminar con tratados, afirma. En estos momentos, ambas partes se disputan «la posición más favorable» de cara a posibles conversaciones”. En ambos casos, la mención a la negociación y a la búsqueda de un tratado ha sido entendido como una apertura a la diplomacia que no es. Tanto la cumbre de Suiza como las palabras del segundo de Kirilo Budanov en el GUR se refieren a la necesidad de imponer una solución definitiva a la guerra, que no pasa por comprender que la guerra no puede ganarse y buscar una resolución diplomática, sino por exigir más armas a sus socios para encontrarse en posición de imponer su voluntad y no enfrentarse a una paz con concesiones.
A ese objetivo, entendiendo que Ucrania se enfrenta a una guerra que se prolongará aún durante mucho tiempo, se deben las peticiones ucranianas de garantías de seguridad a largo plazo, suministro continuo de armamento más allá de 2024 e incluso de 2025 y movilización de la industria militar europea y estadounidense para mantener la capacidad de combate a nivel internacional. Ninguno de esos aspectos, y tampoco el espíritu de las declaraciones y los actos relacionados con la cumbre de
paz de Suiza apuntan a la diplomacia y negociación, sino a la continuación de la guerra hasta una resolución aceptable para Ucrania. Así lo confirma la parte de las palabras de Skibitsky que menos están siendo resaltadas por los medios. Según escribe Carroll, para el general, “las negociaciones no podrán comenzar hasta la segunda mitad de 2025, como muy pronto”. “Para entonces, Rusia se enfrentará a serios «vientos en contra». La capacidad de producción militar rusa ha aumentado, pero se estancará a principios de 2026, calcula, debido a la escasez de material y de ingenieros. Ambas partes podrían llegar a quedarse sin armas. Pero si nada cambia en otros aspectos, Ucrania se quedará sin ellas primero”. El objetivo está claro: reforzarse a corto, medio y largo plazo para derrotar a Rusia en el frente ucraniano, un éxito que Kiev ve cada vez más lejano pero al que no renuncia. A ello se debe la mención a las fronteras de 1991, cuya consecución no implicaría, según el general del GUR, el final de la guerra. El comentario indica las intenciones de Ucrania de lograr concesiones más allá de la recuperación de sus fronteras y aunque Skibitsky no detalla esos objetivos, en el pasado se han mencionado en ese sentido el acceso a la OTAN, reparaciones por parte de Rusia o incluso la desmilitarización de los territorios rusos fronterizos con Ucrania.
Los objetivos no siempre son coherentes con las posibilidades y es escaso el realismo del plan de recuperación de las fronteras de 1991, que habría de realizarse contra la opinión de la población de Crimea y Donbass, como ya se demostró con la contraofensiva de 2023. En referencia a la imposibilidad de celebrar negociaciones hasta dentro de más de un año, el periodista opositor ruso Leonid Ragozin escribía: “Que la industria bélica europea alcance a la rusa. Bueno, puede ser. Que la financiación occidental se mantenga al mismo nivel: lo dudo. Que la movilización será un gran éxito: quién sabe, puede que desemboque en Maidanes regionales, como podemos juzgar por las interacciones diarias entre las bandas de prensa y los civiles, especialmente en Transcarpatia y Odessa”. Con los prerrequisitos para plantearse siquiera la posibilidad de negociar con Rusia siendo posibilidades remotas o muy alejadas en el tiempo, las palabras del general no indican voluntad de negociar, sino reafirmación de la postura tomada por Ucrania hace ahora casi dos años con el rechazo al principio de acuerdo de Estambul y el cierre de la vía diplomática.
Ese precedente de negociación entre las partes en busca de un acuerdo ha sido recientemente recuperado por Samuel Charap y Sergey Radchenko, dos académicos estadounidenses que han tenido acceso a los documentos de trabajo y a fuentes cercanas a la negociación. Publicado por
Foreign Policy y mostrando una parte de los textos analizados, el artículo expone varios datos del proceso de la ruptura de la negociación, analiza los motivos del fracaso y estudia las posturas de uno y otro bando para tratar de llegar a una conclusión optimista: pese a que finalmente no hubo acuerdo, el trabajo realizado muestra los objetivos de Kiev y de Moscú y supone, según los autores, un trabajo previo sobre el que construir una futura negociación en el momento en el que Rusia y Ucrania aspiren finalmente a una resolución diplomática. Esa mirada retrospectiva es relevante ahora que tímida y en ocasiones engañosamente aparece en la conversación pública la posibilidad de negociar y la certeza de que la guerra solo terminará con la firma de un tratado.
El punto de partida es la sorpresa de que “en el contexto de la agresión sin precedentes de Moscú, rusos y ucranianos estuvieron a punto de cerrar un acuerdo que habría puesto fin a la guerra y habría proporcionado a Ucrania garantías multilaterales de seguridad, allanando el camino hacia su neutralidad permanente y, más adelante, su adhesión a la UE”. La cumbre de Estambul dio lugar a un documento llamado «Disposiciones clave del Tratado sobre las garantías de seguridad de Ucrania», a lo que los autores añaden que, “según los participantes que entrevistamos, los ucranianos habían redactado en gran parte el comunicado y los rusos aceptaron provisionalmente la idea de utilizarlo como marco para un tratado”. Nada de lo relatado por los académicos es nuevo y ambas ideas, la de un acuerdo relativamente beneficioso para Ucrania y el hecho de que fuera Kiev quien escribiera el borrador de partida, eran perfectamente conocidas desde 2022. Es más, los 10 puntos de la propuesta ucraniana que se ha confirmado repetidamente como la base de negociación, fueron publicados por
Meduza el 29 de marzo de ese año, es decir, durante las negociaciones.
Rusia y Ucrania negociaban cuatro aspectos fundamentales: la cuestión territorial, las garantías de seguridad, la neutralidad y limitación de armamento ofensivo de Ucrania y una serie de aspectos legales, políticos y sociales de menor interés internacional pero importantes a nivel local. Con el principio de acuerdo alcanzado en Estambul, Kiev habría obtenido garantías de seguridad de Rusia y otros potencias internacionales a cambio de la neutralidad y limitación de armamento, prohibición de implantar bases militares extranjeras y renuncia a resolver la cuestión de Crimea por la fuerza. Se mencionaba explícitamente el apoyo a la adhesión del país a la Unión Europea y se limitaba únicamente la participación en alianzas militares. La cuestión territorial y la delimitación de las fronteras, quizá el elemento más complicado, quedaba aparcada como
cuestiones finales a determinar en una reunión entre los dos presidentes, pilinguin y Zelensky, tras la que se firmaría un tratado. En cualquier caso, la aplicación de las garantías de seguridad a todo el territorio de Ucrania a excepción de Crimea y una parte de Donbass aún por determinar implicaba la voluntad rusa de abandonar todos los territorios entonces bajo su control más allá de esas dos regiones.
Los términos, la forma y el momento en que se produjo la negociación dan buena cuenta de cuáles eran en esos momentos los objetivos de la Federación Rusa, que estaba dispuesta a renunciar a avances territoriales importantes a cambio de su objetivo real: consolidar su control sobre Crimea y la parte de Donbass que había rechazado ser ucraniana, paralizar la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y firmar un tratado que finalizara una guerra que había comenzado ocho años antes y que Ucrania nunca había querido que terminara por la vía del compromiso de Minsk.
Los borradores analizados por los dos académicos estadounidenses “contienen varios artículos que se añadieron al tratado a instancias de Rusia, pero que no formaban parte del comunicado y estaban relacionados con asuntos que Ucrania se negaba a debatir. En ellos se exige a Ucrania que prohíba «el fascismo, el nazismo, el neonazismo y el nacionalismo agresivo» y, para ello, que derogue (total o parcialmente) seis leyes ucranianas que trataban, en líneas generales, aspectos polémicos de la historia de la era soviética, en particular el papel de los nacionalistas ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial”. En ello, una serie de concesiones en defensa de la población de habla rusa y de aquella que no ha rechazado el legado de la República Socialista Soviética de Ucrania como Estado predecesor a la Ucrania independiente, los autores ven una injerencia externa que, naturalmente, Kiev no deseaba aceptar. Esta postura olvida que las exigencias rusas no iban más allá de las propuestas electorales del candidato Zelensky, que en campaña electoral se presentó como la opción moderada que revertiría una parte de la agenda excesivamente nacionalista de su predecesor.
Ante todo, esta exigencia de eliminación del revisionismo histórico de imposición de la narrativa nacionalista como única oficial responde a la pregunta que párrafos antes se habían los autores: “¿Qué querían conseguir los rusos invadiendo Ucrania? El 24 de febrero de 2022, pilinguin pronunció un discurso en el que justificó la oleada turística mencionando el vago objetivo de la «desnazificación» del país. La interpretación más razonable de «desnazificación» era que pilinguin pretendía derrocar al gobierno de Kiev, posiblemente matando o capturando a Zelensky en el proceso”. Teniendo en cuenta la rapidez con la que Rusia inició el proceso de negociación en busca de un tratado de resolución del conflicto entre los dos países, que requería de la firma de un presidente legítimo, no es descabellado pensar que ese cambio de régimen que los expertos han visto en el ataque sobre Kiev fuera en realidad la presión militar para llegar a un acuerdo de seguridad y compromiso territorial en el que
desnazificación supusiera la prohibición de grupos paramilitares como Azov o Praviy Sektor y la eliminación del intento de borrar la memoria soviética y de lucha contra el fascismo del relato nacional para sustituirlo por el discurso de lucha perpetua contra Rusia.
La realidad se impuso a la voluntad de acuerdo y no hubo finalmente ni reunión entre los dos presidentes ni un proceso de negociación que se alargara más allá de las semanas de primavera y parte del verano de 2022, cuando la guerra se encontraba ya en el punto de no retorno en el que permanece actualmente. Para explicar qué factores determinaron que el acuerdo no fuera posible,
Foreign Policy explica que “el estado de ánimo de la opinión pública ucraniana se endureció con el descubrimiento de las atrocidades rusas en Irpin y Bucha. Y al fracasar el cerco ruso sobre Kiev, el Presidente Volodymyr Zelensky empezó a confiar en que, con suficiente apoyo occidental, podría ganar la guerra en el campo de batalla. Por último, aunque el intento de las partes de resolver las antiguas disputas sobre la arquitectura de seguridad ofrecía la perspectiva de una resolución duradera de la guerra y una estabilidad regional duradera, apuntaron demasiado alto, demasiado pronto. Intentaron llegar a un acuerdo global incluso cuando un alto el fuego básico resultaba inalcanzable”. La realidad de la guerra, con crecientes bajas civiles, la percepción de una posible victoria y la dificultad propia de la resolución de un conflicto complejo son los tres factores que se repiten a lo largo del texto.
A ellos hay que sumar un cuarto, que tampoco resulta novedoso. Como ya se apuntó en aquel momento, la renuncia a la entrada en la OTAN había de hacerse a cambio de unas garantías de seguridad que implicaban a más países de los que las estaban negociando. Rusia y Ucrania planeaban así unas medidas de seguridad que debían ser ratificadas por terceros países que, en varios casos como Estados Unidos y el Reino Unido, no estaban dispuestas a comprometer. “Los socios occidentales se mostraron reacios a verse arrastrados a una negociación con Rusia, sobre todo a una que les hubiera creado nuevos compromisos para garantizar la seguridad de Ucrania”, escriben los autores. Esa es, quizá, la mayor aportación de la investigación. El acuerdo no solo requería de concesiones por parte de Kiev y Moscú, sino la voluntad de los países occidentales, fundamentalmente Estados Unidos, de tratar con Rusia por la vía diplomática, voluntad que, como admite el artículo, simplemente no existía.
Dos años después de la ruptura definitiva de la vía diplomática, acumulado un enorme nivel de destrucción y con un conteo de bajas difícil de calcular, las posibilidades de diálogo siguen pareciendo lejanas. Este fin de semana, el Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha afirmado que la aportación de Washington permitirá a Ucrania planificar una contraofensiva para 2025. David Cameron, por su parte, ha prometido 3.500 millones de dólares anuales de asistencia para Kiev “mientras sea necesario”. Tampoco la Unión Europea ha mostrado interés por la diplomacia. La ausencia de voluntad política que los países occidentales mostraron por una resolución dialogada al conflicto ucraniano en 2022 y en los años del proceso de Minsk continúa a día de hoy, con la guerra y el final sin concesiones como única vía aceptable tanto para Kiev como para las capitales de los países proveedores de armas.
Esa postura, que es también la mostrada por el general Skibitsky al referirse a la necesidad de un tratado incluso si Ucrania llegara a recuperar sus fronteras de 1991, ve como más beneficioso para sus intereses la continuación de una guerra que difícilmente puede ganarse. Actualmente, con las tropas rusas reforzadas por el aprendizaje de los errores cometidos y tan curtidas en la batalla como las ucranianas, el riesgo de agotar los recursos para luchar en un contexto menos favorable aumenta notablemente con respecto a lo ofrecido por Rusia en Estambul. “Los cálculos de la época, cuando las conversaciones anteriores fueron desbaratadas por la parte ucraniana en mayo de 2022, se basaban en la suposición de que tanto la economía rusa como su maquinaria militar se derrumbarían pronto debido a su ineficacia y atraso tecnológico. Hoy en día, es el lado de alta tecnología de la guerra en el que Rusia está haciendo los mayores avances. Esto incluye de forma destacada la tecnología de aeronaves no tripuladas y la guerra electrónica”, ha escrito este fin de semana el periodista opositor ruso Leonid Ragozin.
Sin embargo, Kiev, Washington, Londres y Bruselas están dispuestas a correr el riesgo de encontrarse en una peor posición de negociación en un futuro y continúan viendo la guerra y no la diplomacia como la forma en la que obtener la supremacía que vaya a convertir la negociación de un tratado en una imposición de paz según los términos propios y sin concesión alguna a Rusia o a la población que en estos años ha preferido ser rusa que ucraniana.